DESDE LA AZOTEA
DESDE LA AZOTEA
No hace tanto que marché, pero ya no
soy el mismo. He venido por sorpresa, aunque he preferido quedarme en la fonda
antes que ir a mi antigua casa. Lejos quedan los tiempos en que no podía
aceptar la invitación a un mísero refresco porque no podía corresponder de igual
manera, y hoy me hospedo aquí. He añorado mucho a mi familia, mi pueblo. Llevo
media vida en Cuba, aunque apenas han pasado quince años desde que me embarqué.
También es una isla, pero no es como
vivir aquí. Allí ya hemos sufrido dos guerras: la de los Diez Años y La Chiquita.
Sin embargo, he progresado, aunque no en lo que quería. No me ha quedado más
que practicar la resignación inteligente ante los límites que me ha deparado el
tiempo. Yo nunca soñé ser comerciante. La dejo, y vuela mi imaginación infantil;
me lleva al encierro en casa porque no pude caminar hasta los seis años, llegué
a llorar al creer que era la maldición por haber nacido en el año del cólera y
haber sobrevivido. Después fue distinto, recuperé el tiempo corriendo por la Calle
del Agua hasta que me atraparon las primeras lecciones en la escuela. No fue
fácil, muchos se reían de mí cuando les contaba que quería ser escritor. Aunque
ejercí como amanuense, ¡puede ser que tuvieran razón!, no es lo mismo eso que
plasmar mi mundo imaginario. Así que, en realidad, no lo he logrado, aunque, en
mi defensa, tampoco he tenido tiempo para intentarlo.
¡Cuántas historias podría
desarrollar aquí!, en mi Guía, en estos paisajes que me atrapan: a mi izquierda,
la iglesia. La iglesia de todos los guienses, con nuestra Virgen, de la que
todos es estrella y a todos guía; abajo, la alameda, que es plaza; enfrente, la
Montaña de Guía, que te deja oler Agaete; a la derecha, la «montaña del pleito»;
y en medio, verdes campos, tuneras con cochinilla, millo, y cañas de azúcar.
Hoy eres ciudad,
cuando me fui eras villa, aunque siempre serás mi Guía.
—¡Espléndida frase! —le
dice en tono extranjero.
—Buenas
tardes, ¡y muchas gracias!
—Parece
querer a esta tierra.
—Sí,
hacía mucho que no venía.
—Para
nosotros, es nuestra primera vez.
—¡Si
yo pudiera, me quedaría, nunca me iría!
—¿Le
obligan a marcharse?
—Antes,
hace años, me obligó la miseria; en unos días, me obligará la responsabilidad.
—Estoy segura de que ¡usted
sería un buen personaje para alguno de mis libros!.
—¿En
serio? Entonces, ¿es usted escritora?
—Sí,
aunque, como escribo en inglés, seguro que no ha leído nada mío.
—El
idioma no sería un problema, aunque es cierto, no he leído libros en su lengua.
—Si
le parece bien y me da sus señas, cuando publique el libro de mi viaje por
estas maravillosas islas, le enviaré una copia.
—¡Sería
un placer! Yo soy Luis Suárez Galván.
—¡Encantada!
Yo, Olivia Stone.
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