¿SALA DE ESPERA?

 

¿SALA DE ESPERA?

 

El taxi para. Ese sótano tétrico no ha cambiado nada en veinticinco años, sólo que cada vez es más negro, más oscuro. Esa sombra penitente, compañera perenne de la ciudad, que se afana en ocultar todo lustre al emblema de la Sanidad. Es normal, no paran de pasar coches noche y día, pese a que ninguno querría estar, ni pasar por ahí.

Parado frente a la puerta, espera a cobrar la carrera, el segurita le mira fijo para que no se entretenga. Mirada inútil donde las haya, no es necesaria, él es el primer interesado en darse prisa en salir de nuevo a apatrullar la ciudad para atrapar nuevos clientes.

Saldada la deuda, el cliente avanza sonámbulo sin mirar, hay gente, aunque en realidad él no ve a nadie. Del megáfono colocado sobre la puerta nadie recuerda cuándo fue la última vez que hizo una llamada, y la puerta, la pobre puerta, está rota, no es que pida la jubilación, es que, con el trajín que ha tenido, nadie se explica muy bien cómo se mantiene en pie.

Dentro, la sala tampoco ha cambiado, salvo que hoy no encuentras en ella desesperados, expectantes con la esperanza de recibir buenas noticias. Las viejas e incómodas sillas parlotean en silencio, los cristales de pavés ocultan, a plena vista, lo que pasa en la calle, y los separadores de tramex, pintados de blanco, simulan dividir a la gente, que no está.

Eso lo observa de un solo vistazo al entrar, porque su camino está marcado, gira hacia la ventana de información, da el nombre, y le hacen pasar.

¡Llegó el triste momento de despedirse!

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