LA ÚLTIMA CASA No era la primera vez que iba, aunque, hoy, era diferente. El acceso principal estaba cerrado, así que, para entrar tuvo que dar un rodeo. Una vez dentro, comenzaba el laberinto de edificios con oscuras ventanas y flores. A derecha e izquierda, varias personas, todas de cincuenta años o más, se afanaban por los paseos peatonales, cogiendo agua, limpiando, cortando flores y colocándolas en las ventanas familiares. Él sabe que debe llegar hasta el final, que fue el principio, pero no puede dejar de mirar las oscuras ventanas que se asoman por los pasillos que cruza. Cada una tiene una historia: algunas, oscuras y antiguas, sin flores; otras, nuevas y recientes, más lustrosas, menos olvidadas. Pero todas ellas son ventanas tristes, aunque las flores sean vigorosas. Da igual que estén en la quinta planta, o en el bajo; el resultado es el mismo, ninguno de sus moradores querría estar allí, pero todos terminaremos ocupándolas, sin remedio. Mientras caminaba y m...
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