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Mostrando entradas de julio, 2023

¿SALA DE ESPERA?

  ¿SALA DE ESPERA?   El taxi para. Ese sótano tétrico no ha cambiado nada en veinticinco años, sólo que cada vez es más negro, más oscuro. Esa sombra penitente, compañera perenne de la ciudad, que se afana en ocultar todo lustre al emblema de la Sanidad. Es normal, no paran de pasar coches noche y día, pese a que ninguno querría estar, ni pasar por ahí. Parado frente a la puerta, espera a cobrar la carrera, el segurita le mira fijo para que no se entretenga. Mirada inútil donde las haya, no es necesaria, él es el primer interesado en darse prisa en salir de nuevo a apatrullar la ciudad para atrapar nuevos clientes. Saldada la deuda, el cliente avanza sonámbulo sin mirar, hay gente, aunque en realidad él no ve a nadie. Del megáfono colocado sobre la puerta nadie recuerda cuándo fue la última vez que hizo una llamada, y la puerta, la pobre puerta, está rota, no es que pida la jubilación, es que, con el trajín que ha tenido, nadie se explica muy bien cómo se mantiene en pie. D

LA JOYA DE LA CORONA

  LA JOYA DE LA CORONA Aprovechó el momento, subió despacio, cruzó la pasarela hasta el final, y accedió a la pequeña bajocubierta que el caprichoso diseño creó. Estaba solo, era el primero, sacó del bolsillo de su uniforme de gala el viejo móvil de dos años, lo encendió, puso su pin, y esperó. Aún no estaban lo suficientemente cerca, y no había ni una mísera raya de cobertura que le permitiera llamar. Resignado, de esa manera que solo pueden soportar los hombres de mar, volvió a poner el móvil en su bolsillo y miró al horizonte; un horizonte donde ya se divisaba su tierra, esa que no ha vuelto a pisar desde el entierro. Su padre nunca entendió como pudo optar por esta profesión. Quizás, solo quizás, ahora estaría orgulloso de que su hijo fuese Capitán de Fragata y, en la práctica, segundo comandante del buque más avanzado de la Armada de nuestro país, el más joven en lograrlo en la historia. Desde que le dijo que se incorporaría a la escuela naval, no le reprochó nada, pero se a

El Nogalito

  EL NOGALITO La tarde era calurosa, por eso aprovechó y se sentó en el viejo taburete de tea entre la higuera, que estaba verde y frondosa a reventar de higos, y el duraznero, ya sin frutos. La estratégica ubicación le permitía otear el viejo camino público, que antes era paso obligado de los vecinos hacia la ciudad, y ahora tenían que estar, constantemente, limpiando las malas yerbas que insistían en reclamar su espacio. Sus ojos cansados vieron cómo bajaban por el camino dos hombres fuertes, con grandes sogas colgadas al hombro, y una imponente sierra que parecía recién comprada. Un suspiro salió de su boca sin darse cuenta, entonces, su nieta le preguntó: —¿Qué te ocurre, abuela Martina? —Nada, mi niña, es que ahora es raro ver a gente pasar por aquí. —¿Lo dices por los dos carpinteros? ¿no te han dicho que van a cortar…? —¿El viejo nogalito ? —¡Eucalipto, Abuela! ¡Se dice eucalipto! Sí, al parecer quieren intentar fabricar muebles con él, porque es muy grande y muy g

A MILICIAS

  A MILICIAS —¡No sé si sabes que está pululando por ahí un cuento sobre ti, de cuando eras joven! —Ya tienes edad para saber que, cuando la gente se aburre, no hace más que inventar cuentos sobre la vida de otros, porque la suya es muy aburrida —le dijo mirándole a los ojos, con su cara ladeada para que el humo del Mecánico amarillo no le entrara en el ojo. Hacía una mueca que impedía saber si dibujaba una sonrisa socarrona, o era para que el consumido cigarro no se le cayese. —¿Y no tienes curiosidad, al menos, por saber de qué va? —preguntaba el nieto para chincharlo. —Ya, a mis años, la curiosidad ni me ocupa, ni me preocupa. Si tú quieres, me lo cuentas, y si no, me cuentas otra cosa. —Pues van diciendo que simulaste ser un tullido cuando te llamaron a filas. Dicen que juraste y perjuraste que esa mano, con la que ahora sostienes el cigarro, y el brazo que la sustenta no obedecían tus órdenes, y no podías moverla. —¡Anda! Pues sí que está bueno el cuento. —Si, dicen

HABLANDO

  HABLANDO —¿Qué haces, Margarita? —Esperarle. —¿A quién? —¡No seas impaciente, Román! Enseguida lo verás. El hombre, cansado, acababa de aparcar la guagua en frente de la casa, y llegaba con el tiempo justo para almorzar antes de reanudar el viaje. Él no entendía qué hacía su mujer en una esquina del jardín, de pie, detrás del nispirero , y al lado de la vieja parra que cubre el lateral y el enramado del jardín. Sin embargo, ella parecía tan interesada, que cuando él hizo ademán de nuevo de decirle algo, ella le espetó: — Shhh, que ya viene llegando y le vas a asustar. Y ya no le quedó más remedio que dejar su bolso al lado de la puerta de la casa y acercarse a su mujer, en silencio, no fuera a ser que, al final, fuese a almorzar más frío de lo que ya barruntaba. Encubiertos por la parra, en esa mañana soleada de invierno, frente al pinar, junto a una carretera por la que en aquella época apenas pasaban coches, y hoy aún menos, vio como por la orilla de ésta se acercaba